En medio de tanta tragedia nacional es particularmente notorio el buen humor con que las mayorías asimilan sus vicisitudes, algunos lo explican como una válvula de escape apelando a un criterio medio sicológico que en términos coloquiales se expresa como “al mal tiempo buena cara”, sin embargo también puede considerarse como una especie de sanción social, una forma pacífica de censurar el comportamiento de los dirigentes cuando actúan de manera contraria al esperado por sus adherentes o confirmando la desconfianza de sus detractores
La forma que adquiere es muy diversa puede transitar desde convertirse en el personaje central de un chiste, pasando por la caricaturización grafica o verbal hasta representar un monigote de fin de año o carnaval o figurar en una historieta o pieza teatral en la que afloran de manera superlativa sus defectos y sus pecados y por supuesto las coplas de los diferentes aires musicales se nutren de las figuras atornilladas al poder.
Sin duda sobran los autores anónimos o visibles que materializan el sentir popular, el trabajo elaborado por Klim alrededor de su propio pariente el “compañero primo” el del mandato claro López Michelsen constituye un conjunto de piezas de invaluable recordación; las ocurrencias en torno al periodo presidencial de Turbay Ayala en el que las bromas machacaban su presunta idiotez asociada a su nasal manera de hablar, la realidad era otra y su estatuto de seguridad lo confirmó
En el gobierno de Cesar Gaviria también abundaron las bromas aunque estas no evitaron que le diera el empujón al inicio de la era neoliberal afianzada en la nueva carta magna avalada por sus ejecutorias; sobre Pastrana se destacó su estulticia para gobernar, ya había ocurrido con su copartidario Belisario Betancourt y el “si se puede”.
Posteriormente vendría el mandato de Uribe Vélez con el que se consagraría el extraordinario humorista y critico Jaime Garzón quien en la figura de un lustrabotas al que llamó Heriberto de la Calle puso en el banquillo al mundo político de la época, su temprana desaparición despojó a la nación de uno de sus censores más caracterizados y probó una vez más que el despotismo no permite ni siquiera el buen humor; a pesar de todo la agudeza de los socarrones hacedores de la ironía no desaparece y dejaran su impronta en el lamentable período del libre comercio aún en boga y en lo concerniente a Bogotá no perdonará los estropicios del alcalde “semidoctor”.
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Por: Libardo Gómez Sánchez – libardogomez@gmail.com