La caña de azúcar está integrada a la vida de nuestra nación desde la época de la colonia, de acuerdo a diversos historiadores llegó por las costas a mediados del siglo XVI, y dio lugar a la formación de grandes haciendas en el valle del río Cauca y se asentó en pequeñas parcelas en donde se desarrollaron trapiches para la producción de panela, producto básico en el consumo de los hogares de menores ingresos.
En medio del tapiz verde que se forma en los cañaduzales en la hacienda El Paraíso, Jorge Isaac escribió la novela romántica por excelencia de nuestra literatura: La María, y con el advenimiento del siglo XX se consolidaron grandes ingenios que han suministrado al mercado nacional el azúcar que consumimos los colombianos, y pese a condiciones laborales inicuas han sido fuente de trabajo y de progreso.
Recientemente las declaraciones del gerente de FEMSA, la empresa productora y embotelladora de Coca-Cola, en junio en la inauguración de la planta de Tocancipá, en las que atribuía al precio del azúcar el incremento en los precios de sus productos, sospechosamente coincidió con una serie de medidas por parte del gobierno nacional para socavar la industria azucarera y panelera nacional: la elaboración de un decreto presidencial que reduce los aranceles a azúcares y edulcorantes importados que está para la firma y la profundización del acuerdo TPP que facilitará a las naciones suscriptoras su venta a nuestro país.
Posteriormente, llegó la gigantesca sanción a las empresas azucareras impuesta por la Superintendencia de Industria y Comercio, que por supuesto cuenta con el beneplácito de las multinacionales que controlan el mercado mundial del azúcar y lamentablemente satisface a algunos seudoizquierdistas, que erróneamente colocan en la misma bolsa al capital nacional con los monopolios extranjeros, en su análisis simplista de la realidad no consideran los miles de empleos que se pierden con la liquidación de la industria nacional, y el daño que ocasiona al progreso del país la toma de los mercados por parte de la producción extranjera.
En similar equivocación incurren ingenuos observadores que reclaman justas las multas al justificarse por supuestamente obstruir importaciones que abaratarían el precio al consumidor; suficiente ilustración sobre esta falsa premisa la vivimos en la actualidad con la disparada de la tasa de cambio que nos ha encarecido la canasta familiar a niveles estrambóticos, por cuenta del componente importado de la misma.
Castigo a los que quebranten la ley pero no al uso de la ley para favorecer intereses extranjeros.
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Por: Libardo Gómez Sánchez – libardogomez@gmail.com