¿Cuál destrucción creativa?

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Señalar, como lo están haciendo muchos analistas económicos y medios de comunicación, que lo que está pasando es un simple ciclo económico de destrucción creativa, me parece errado y definitivamente peligroso.   Basta ya de ese discurso mentecato según el cual, ante la crisis generada por la pandemia  hay que “reinventarse”.

Para mí, uno de los economistas más importantes, y por raro que parezca, menos famosos de la historia, es el Checo Joseph Schumpeter, quien fue profesor de la escuela de economía de Harvard después de la Gran Depresión de 1929.  Se puede decir que él es el creador del concepto de destrucción creativa, que nos quieren vender erróneamente como fórmula para salir del desastre económico que ha significado esta pandemia.

Joseph Schumpeter vivió la Primera Guerra Mundial, la pandemia de la gripe española de 1918 a 1920, la gran depresión de 1929 y la Segunda Guerra Mundial;  pero no vivió en un panorama de tal complejidad económica y social, como al que actualmente nos estamos viendo abocados.

Nadie que haya vivido esas cuatro tragedias todas en el marco de dos generaciones entre 1914 y 1945, puede confiar en la sensatez de la especie humana.   y sus postulados económicos eran para un mundo, primero, no tan súper poblado como el nuestro; segundo, no tan inmerso en una destrucción ecológica tan brutal, sistemática y consiente; y tercero, en su mundo no existía la vulgar concentración de riqueza que padecemos, que hace sonrojar a los más ilustres defensores del capitalismo salvaje.  Concentración de riqueza que es la fuente de desigualdad entre naciones, y entre conciudadanos.

El punto es que antes de la pandemia los economistas más representativos del mundo auguraban una recesión económica, y señalaban como fecha máxima para su detonación finales del 2020, o en todo caso el 2021.  Las malas cifras de las economías más importantes del globo, así lo demostraban.  Recordemos que el 2019 fue un año especialmente perdido para América Latina, región en la cual crecieron tan solo 10 de los 33 países que la integran, incluido Colombia.

A ese panorama, de malos números económicos, se sumó la pandemia;  por lo tanto, los efectos de las suma de los dos fenómenos no los conoceremos hasta que las cosas vuelvan a una normalidad relativa, y se pueda dimensionar que tan grave fue la destrucción de medianas y pequeñas empresas, y por supuesto de empleos.

Tres tópicos para entender lo grave del problema, y lo iluso de definirlo como un problema coyuntural o de destrucción creativa, concepto que se aplica más a los avances tecnológicos, que a una crisis que no puede ser comparada con ninguna que la preceda.

Primero, debemos reconocer que la pandemia no generó una mayor conciencia ecológica o social de la humanidad.  Hay que analizar el comportamiento de nuestros congéneres en cuanto a la falta de respeto a las normas de cuarentena, aislamiento social o bioseguridad se refiere, para entender que de esta pandemia no saldrá un mejor y más consiente ser humano.

Es decir, que el modelo económico no cambiara como consecuencia de la pandemia.  Y el efecto de la gran concentración de la riqueza, será que aquellos que la posean, tendrán la exclusiva posibilidad de escoger las inversiones que vuelvan a dinamizar la economía.

Panorama nada alentador para países como el nuestro, que dependen en gran medida de la inversión extranjera.  De la fuga de capitales generada por la pandemia nada se nos ha dicho para no quitarnos el sueño, pero yo me atrevo a señalar que debe ser la más representativa de nuestra historia.

En segundo lugar, nos quieren vender la idea que la humanidad ha pasado por peores catástrofes y las ha superado sin problema;  y es cierto que el virus no puede  destruir la infraestructura, las carreteras, los puertos, los medios de transporte o los medios de producción.  El problema es que la cuarentena, tal vez innecesariamente alargada en  varios países del mundo incluido el nuestro, destruyó al pequeño y mediano comerciante y empresario.

La cuarentena evidenció que gran parte de la población obtenía su sustento, de ese mediano y pequeño empresario o comerciante que hoy, o está en quiebra, o ha tenido forzosamente que resignar o replantear sus proyectos empresariales o de emprendimiento, con la consecuente destrucción de empleo que eso significa.

Las grandes empresas, en sus números tienen solvencia, solidez y un cúmulo de utilidades de ejercicio de varios años, que garantizan que en el inmediato plazo ni se extingan, ni desaparezcan.   Pero por grandes que sean, esas empresas y el estado, no pueden emplear al grueso de la población.  Para eso se necesitan a los pequeños y medianos empresarios y comerciantes.    Por lo tanto,  esas grandes empresas corren el riesgo que ante una masiva destrucción del empleo, el consumo se reduzca o caiga a una mínima expresión.

Tercero, no hay verdaderas propuestas para empezar a enfrentar la crisis.

Lo que está sucediendo, no es, como lo pintan los medios de comunicación, y algunos mensajes de varios gobiernos, un momento de mal clima económico, pues estamos viviendo una destrucción visible y sin precedentes de medios, empleos y capital económico, que tuvo como origen un suceso natural, potencializado por la globalización y sistemas de salud públicos débiles o inexistentes.

Por ejemplo, la aprobación de la ley de amnistía para eliminar reportes negativos en centrales de riesgo, tengo la certeza fue aprobada en el Congreso (dicho proyecto se había hundido en el legislativo no menos de cinco veces en los últimos diez años) precisamente por la coyuntura que estamos viviendo.  Y puede ser una buena idea, siempre y cuando, los bancos les presten dinero a esas personas que han tenido mal comportamiento crediticio.  Yo dudo que eso realmente vaya a pasar.

La única propuesta, en la que los empresarios están de acuerdo es en materializar la vieja pretensión de flexibilización laboral y de reforma de la legislación laboral (eliminación de prestaciones sociales, digámoslo sin miedo), que está siendo presentada como una fórmula para reiniciar la economía.

Están  equivocados.  La crisis del 2008 y 2009, que fue muy grave para las potencias económicas de primer orden, demostró que las flexibilizaciones laborales que impulsaron como solución a esa crisis, realmente no crearon empleos.

Es tan real esa premisa, que el mismo F.M.I. en el año 2019, publicó un estudio de los economistas Romain Duval y Davide Furceri donde se concluía exactamente lo contrario:  «La desregulación de la protección laboral parece lograr ganancias de empleo a corto plazo en tiempos de bonanza, pero no en tiempos de crisis«.  Y dicha conclusión aplica a países ricos, en desarrollo y pobres.

Esa realidad, era ya conocida por otro gran economista que como Schumpeter vivió la Gran Depresión de 1929.  Nada más ni menos que John Maynard Keynes planteó esa paradoja en varios de sus escritos en la década de 1930-1940.

Así que la única opción real, es poner dinero en los bolsillos del ciudadano de a pie para que consuma.  Y eso implica, crédito blando y barato, aun a costa de bajas las utilidades, y tal vez, pérdidas en el sistema financiero.  Creo que los colombianos debemos recordarle a los bancos y al sistema financiero en general, que gracias a una restrictiva legislación financiera, y a unas tasas de administración bancaria altas para un país en desarrollo, dicho sector tuvo utilidades a niveles insospechados y en forma continua, los últimos 20 años.   Es hora, y evidentemente, es justo, que le devuelvan el favor al país.

Es obligatoria la ejecución de grandes planes de obras públicas e infraestructura, que den empleo al grueso de la población;  el gobierno nacional, parece ya tiene un plan al respecto, pero los gobiernos locales, no han mencionado una palabra en ese sentido.

Y que por fin, se haga la reforma tributaria estructural que nos han recetado desde hace más de 25 años.  Pues de nada sirve que las personas tengan dinero en sus bolsillos, si gran parte de ese dinero se va pagando impuestos.  Nada se logra, como se está proponiendo, al gravar todos los productos de la canasta familiar con IVA, ni aumentando la base gravable de pago del impuesto de renta.

Para terminar, volviendo a Keynes y Schumpeter, el orden de los eventos que ellos vivieron es aterradoramente similar al que nosotros estamos viviendo.  La pandemia de la gripe española (1918-1921) precedió la Gran Depresión de 1929; que a su vez fue una de las causas (algunos historiadores no dudan en afirmar que fue la causa directa) de la Segunda Guerra Mundial.

Hoy estamos viviendo la pandemia, que ya se sabe, causará una recesión económica que algunos economistas predicen, como más grave que la de 1929.   Ojalá no venga la guerra.

Por: Juan Pablo Murcia Delgado – murciajuanpablo@gmail.com
Twitter: @jpmurciadelgado

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