De todo se ha dicho luego de que entramos en cuarentena por el Covid-19. Que este virus proviene de un caldo de murciélago; que es una conspiración de la China comunista al mundo capitalista; que es un ataque al mundo para instaurar un nuevo orden; que es culpa de las antenas 5G, e incluso, que es parte de las plagas apocalípticas que merece el hombre ad portas de un fin de los tiempos.
Lo cierto es que luego de casi 370.000 muertos y más de 6 millones de contagiados registrados oficialmente en el mundo en 6 meses, hasta el 31 de mayo de lo que va de este año, la verdad sobre esta pandemia aún no se escribe con certeza. Hemos entrado en un escenario de incertidumbre: no sabemos sus verdaderas causas, no se avizora una vacuna en corto tiempo, o un tratamiento efectivo, y la velocidad del contagio nos genera inseguridad en todos los escenarios de la vida.
Nos aferramos al tapabocas que es lo que más nos acerca a una mediana seguridad y que junto al lavado constante de manos o constantes desinfecciones con alcohol etílico o hipoclorito, se ha convertido en los hábitos a los que tenemos que acostumbrarnos por más tiempo para evitar el contagio.
Luego de dos meses de confinamiento y empujados por la urgente necesidad de trabajo de millones de familias y de generación de ingresos para los empleadores en Colombia, ahora nos hablan de un aislamiento preventivo obligatorio mientras se van desconfinando varios sectores productivos de la sociedad a partir del 1 de junio y hasta el 1 de julio del presente año, dejando a alcaldes y gobernadores la responsabilidad de ir reglamentando las 43 nuevas excepciones, entre las que están las peluquerías, bibliotecas, centros comerciales y los museos, con sólo el 30% de capacidad.
Sin embargo, nadie sabe qué pueda pasar con esa apertura gradual. Es claro que la pérdida de empleos, quiebra de negocios, poca tributación, así como deserción escolar y universitaria, afectación a la salud mental y problemas de violencia por sobrevivencia, son algunas de las graves consecuencias que nos está dejando el Covid-19.
Algunos ejemplos de aperturas y demoras en la decisión de confinamiento en el mundo, han pasado fuertes facturas en número de contagios y muertes en países como Estados Unidos, Brasil, Italia y España. Eso puede servir de ejemplo; pero las voces que piden desconfinamiento se hacen cada vez más fuertes. Por supuesto, es comprensible. La pobreza y el hambre no resisten más y las ayudas humanitarias del Gobierno son insuficientes e insostenibles.
Entonces surge la apuesta del autocuidado. Ya sabemos que el distanciamiento social y las normas y elementos de bioseguridad son una obligación legal y vital en el ser consciente de nuestra sociedad. Eso lo hemos aprendido estos meses del año.
Pero, sigue la incertidumbre: ¿cómo será el incremento de contagios y muertes si no atendemos esas normas que ya debemos tener claritas en nuestro comportamiento?, ¿Vamos a repetir la tragedia de otros países que se fresquearon al inicio y reaperturaron muy temprano? ¿Por qué en Colombia sería diferente si tenemos una de las culturas más desprevenidas y carnavalescas del mundo y donde sólo los toques de queda y el confinamiento obligatorio han logrado que estemos aún con relativas cifras bajas de contagio y muerte por Covid-19 frente a muchos países?
¿Y si los testeados (pruebas de covid-19 a la población) son mínimos y tenemos por ello pocos registros?; es quizá la mayor incertidumbre entre los colombianos. Algunos dan por hecho que es precisamente lo que ocurre con esas cifras oficiales nacionales.
De otro lado, los aperturistas argumentan que como es inevitable el contagio, entonces que se reaperture con todos los protocolos de bioseguridad como debe ser. Otros señalan, que las cifras de muertos de Covid-19 en el mundo son bajas frente a otras causas de muerte.
No es sensato justificar esos argumentos para ponerle más muertos al mundo con esta nueva pandemia. De lo que se han cuidado los gobiernos más moderados, es precisamente evitar el colapso del sistema de atención en salud, debido a la escasa disponibilidad de camas UCI y a la poca capacidad instalada si muchos se contagian al mismo tiempo. Fallar en la prevención siempre saldrá más costoso.
Así mismo, sobre muchas otras enfermedades que cobran miles de vidas al día, ya se saben diversos factores de causalidad, riesgo, protocolos de prevención, mortalidad, letalidad, población vulnerable, etc. No se puede comparar ese conocimiento sobre viejas enfermedades, frente a una nueva que como el Covid-19, aún genera varias dudas en el mundo y no se conoce del todo.
Tampoco se trata de dejarle a la suerte el contagio pues si tenemos claro que esta pandemia es más letal en personas con enfermedades de base como las cardiacas, presión arterial alta, enfermedades pulmonares, el cáncer o la diabetes, también debemos tener claro que si no nos encontramos dentro de esas morbilidades, sí podemos en cambio ser portadores asintomáticos poniendo en riesgo a familiares o amigos que padezcan esas enfermedades de base, (especialmente adultos mayores), y causar su deceso. Así se han contagiado y muerto miles de personas por Covid-19 en el mundo. La incertidumbre radica es en el relacionamiento social, pues a cualquier momento puede ocurrir el contagio ya que miles de circunstancias juegan en contra cuando estamos expuestos.
Así como no hay certeza sobre muchos aspectos en torno a esta pandemia, tampoco hay certeza sobre el futuro que nos espera. Reconstruir la sociedad desde la salud y el medio ambiente; iniciar otros modos de producción y redistribución del ingreso apuntando a casusas sociales apremiantes; cambiar el empleo por el autoempleo; intercambiar roles necesarios con remuneración; llevar a cabo redes de consumo por turnos en todos los sectores sociales, son entre otras, alternativas que algunos plantean en medio de la incertidumbre. ¿O las cosas volverán pronto a ser lo mismo?
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Por: John Hammer León Cuéllar – johnleonc@outlook.com