Esta es la historia de Angie Beltrán una joven de décimo grado que por ser una de las mejores estudiantes de su institución, tuvo la posibilidad de salir de su vereda en San Miguel Putumayo y conocer durante tres días muchos lugares de Bogotá.
Ese 7 de julio recuerdo que me desperté a las 2:50 de la mañana. Muy ansiosa y casi por inercia empecé a vestirme para salir de mi vereda rumbo al parque principal del municipio de San Miguel Putumayo. Allí me reuniría con otros 35 estudiantes de las veredas el Afilador, Agua Clara, el Sábalo, Puerto Colón, San Carlos, San Francisco, Jordán Ortiz, Puerto el Sol y San José, quienes al igual que yo habían sido seleccionados para conocer Bogotá gracias al programa ‘Un sueño, 2600 metros más cerca de las estrellas’ patrocinado por el Ministerio de Defensa Nacional.
Aquel día viajamos durante casi tres horas por carretera desde San Miguel hasta el aeropuerto de Puerto Asís. Mis compañeros y yo nunca habíamos estado en un lugar como ese para subirnos a un avión; sólo conocíamos algunos de los principales municipios de la región a los que habíamos llegado en bus o en moto. Por eso la posibilidad de volar era inicialmente una de las experiencias que más anhelábamos vivir para poder contarle a nuestros amigos y familia, lo mágico que fue ver la tierra desde el cielo a más de 15.000 pies de altura.
Ese día recuerdo que subimos al avión sobre las 8:30 de la mañana. Todos en fila india, uno a uno, fuimos ingresando al gigante de alas inmensas que nos llevaría a cumplir este sueño, que también ha sido el de mis dos hermanos mayores, quienes no han podido vivir una experiencia como ésta porque desde muy chicos les tocó dejar de estudiar para empezar a trabajar y poder ayudar económicamente en la casa con todos los gastos que a diario surgían para poder comer y vivir.
Fueron ellos quienes me motivaron a estudiar y no dejaron de repetirme ni un solo día que yo tenía que salir adelante y ser una gran profesional para poder ayudar a mis padres y cambiar la historia de nuestra familia. Ese día durante el vuelo cerré los ojos y mientras muchos miraban por las ventanillas del avión, yo sólo pensaba en lo que había sido mi vida en estos 17 años de existencia. Aquella mañana también llegó a mi mente el recuerdo del día en el que vi cómo unos hombres armados se llevaban a mi padre y yo no pude hacer nada. Y aunque él regresó a casa, nunca podré olvidar que algún día la guerra tocó la puerta de mi familia.
Toda esta aventura de visitar la capital del país duro tres días. Tan pronto llegamos a Bogotá, nos pusieron unos sacos azules para identificarnos dentro de la multitud. Fue entonces cuando empezaron a surgir muchas preguntas pues nunca habíamos estado en medio de edificios tan altos, grandes avenidas, centros comerciales y carros de todos los colores y modelos que dejaban ver la grandeza de esta gran ciudad.
El primer día de recorrido llegamos al Museo del Oro. Antes de acercarnos a este lugar, atravesamos varias calles del centro histórico de la ciudad y lo que más me llamó la atención, fue ver cómo habían personas, en su mayoría artistas, que con sus guitarras, tambores o saxofones, adornaban con música las calles capitalinas. Pero lo más impresionante es que por interpretar estos instrumentos recibían dinero, que según los guías de nuestro recorrido, les servía para ayudarse a pagar la universidad y sobrevivir en sus gastos diarios.
Ese día empecé a soñar, luego de descubrir que en Bogotá no sólo hay oportunidades para los que llegan a estudiar, sino también para todos aquellos que quieren proyectarse y tener una vida mejor. Fue así como poco a poco me fui enamorando de esa ciudad y empecé a disfrutar de los monumentos en el Museo del Oro, donde aprendí un poco de la historia del arte precolombino. También tuve la oportunidad de montar por primera vez en teleférico para poder subir a conocer Monserrate y apreciar la majestuosidad de esa ‘selva de cemento’. Y aunque cada paso que di recorriendo la capital no pudo ser grabado en ninguna cámara digital ni de celular, todos los momentos vividos quedaron registrados en mi memoria para siempre.
Otro fantástico lugar que conocimos fue el centro comercial Gran Estación donde al igual que muchos de mis compañeros de viaje, pudimos entrar por primera vez a una sala de cine para ver la película de cartelera “Los Minions”. Ese día recuerdo que todos estábamos agotados y con sueño, pero la emoción de poder ver nuestra primera película en una sala con pantalla gigante, crispetas y gaseosa, pudo más que nuestro cansancio.
Fueron 72 horas de muchas aventuras en las que no paramos de reír y disfrutar de la Capital. Otro museo que conocimos fue el de la Policía donde están exhibidas las armas y las figuras de ilustres personajes. Durante el recorrido también hicimos una parada en el parque de diversiones Salitre Mágico y aunque muchos no fuimos capaces de subirnos a las atracciones más extremas porque nos daba miedo, pudimos disfrutar a lo lejos de la magia y la adrenalina de este lugar que espero poder volver a visitar algún día.
Pero la gran sorpresa del paseo llegó con el ministro de Defensa Luis Carlos Villegas, a quien pudimos conocer durante nuestra visita para hablarle sobre las necesidades con las que a diario conviven todos los niños, niñas y adolescentes del Putumayo. Fueron casi dos horas las que estuvimos con este gran líder del país que prometió ayudarnos y visitarnos en San Miguel antes de que se acabe el año. Esta gran oportunidad la vivimos el segundo día de la gira.
Ya el último día del viaje conocimos el Museo Militar y la Casa de Nariño, así como también el Museo de la Fuerza Aérea, donde estuvimos explorando y apreciando los aviones de muchos tipos y generaciones que pusieron a soñar a más de un estudiante con ser un héroe del aire. Luego de una hora de estar allí empezó el viaje de regreso.
Todo el paseo por Bogotá terminó sobre las cuatro de la tarde cuando ya dieron la orden de subir al avión. Muchos compraron regalos para sus padres y otros como yo, sólo trajimos lindos recuerdos y nuevas experiencias para compartir con nuestros seres queridos.
Del vuelo de regreso no recuerdo mucho, pues me quedé dormida y al llegar nos dividieron de acuerdo a la cercanía de las veredas para que los buses nos acercaran a nuestras casas. Esa noche volvimos a la realidad, no sin antes sentir que este viaje marcó nuestras vidas y por lo menos en mi caso, proyectó mucho más mis sueños hacia una capital que está esperando por jóvenes como yo dispuestas a luchar por sus ideales para cambiar la historia de un departamento y todo un país.
Ahora mismo sigo viviendo con mis padres y hermanos en la vereda, pero desde ya me estoy preparando para conseguir oportunidades fuera de mi región que me permitan ser una persona mejor, porque sé que el anhelo de mi familia es que yo estudie y mientras esté en mis manos, voy a hacer todo lo posible para salir adelante y ayudarlos; porque ellos, aunque no me hayan dado riquezas, me han inculcado valores, para lograr mis sueños y triunfar en la vida.
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Historia escrita por: Caroll Quesada