Alguien me decía que lo que cambia nuestras vidas son aquellas personas que se cruzan en ella, frase que vine a encontrar luego en un libro de Paulo Coelho, pero luego me advirtió que debía aprender a sumar.
Puse cara de no entender, así que le pedí que me contara más. Tomó un sorbo de su café, que de hecho le encanta sin azúcar aunque su vida es todo lo contrario, porque la vive con una dulzura cargada de optimismo, fe y mucha energía, aquella que te contagia cuando menos lo esperas.
Retomando, me contó que hay personas que suman a tu vida: felicidad, te recargan la batería existencial, te ayudan a coleccionar sonrisas y te dan espinaca, pero jamás Kriptonita. Así que me desarmó al preguntarme cuantas personas estaban sumando a mi vida, me quedé un poco pensativa, pero me di cuenta que por fortuna tengo personas maravillosas que además de sumar, multiplican también mis alegrías. Luego prosiguió contándome que es precisamente en la materia del “Amor”, donde se hace un balance que para muchos pareciera similar a una quiebra bancaria, saldos en rojos y mucho dolor.
Allí es cuando nuestro corazón por más que sepa que aquella persona está restando felicidad, te está dividiendo las alegrías y te está llevando a un vacío existencial, sigue amándola incondicionalmente creyendo que algún día va a cambiar. Y ahí es cuando más de uno le pide a la maestra (vida), ¡póngale cero!, porque no aprendió a sumar, mucho menos a multiplicar y no supo identificar quien restaba y dividía en su vida.
Ya lo decía un personaje de ficción llamado Latte, muchas veces el amor, es esa palabra inofensiva que tiene la capacidad de arruinarte la vida si te entregas demasiado a la persona equivocada, aquella que al final divide y resta tu existencia. Y lo peor, a veces solemos reprobar tanto esta materia, que no sabemos como el corazón se empeña en seguir en curso básico, tal vez es porque suele enamorarse de causas perdidas y piensa que se volvió un experto en multiplicar: 1X0= 0 (cuando no hay nada que hacer pero sigues ahí) o 1X1= 1 (porque siempre habrá uno el que ama de más, por no decir que en exceso).
Terminada nuestra conversación, llegué a la conclusión que si no aprendemos lo elemental que es sumar, dividir, restar y multiplicar en nuestra vida sentimental, no quisiera imaginar cuando nos toque solucionar un caso de factorización (amoroso), despejar la “X” (dudas emocionales) o solucionar una regla de tres (cuando hay un amante).
Nuestra existencia se convertirá en un verdadero caos, donde solo nos queda aferrarnos a un milagro o inscribir de inmediato al corazón a un curso vacacional del método Kumon. Porque aunque no nos gusten las matemáticas, ya veo que son indispensables para saber amar y no morir en la miseria emocional.
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